
El expresidente panameño, condenado por corrupción, aterriza en Colombia protegido por Petro
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Por DIGITAL NEWS IN SPANISH – Sección Internacional
El arribo a Bogotá del expresidente panameño Ricardo Martinelli, condenado por blanqueo de capitales, ha encendido una tormenta diplomática y jurídica en el continente. Bajo la figura del asilo político otorgado por el gobierno de Gustavo Petro, Martinelli evade la condena de casi 11 años de prisión impuesta en su país, tras 15 meses de resguardo en la embajada de Nicaragua.
El sábado en la mañana, Martinelli salió en un vehículo diplomático con destino a un aeropuerto panameño y abordó un vuelo hacia Colombia. A su llegada, publicó una imagen en redes sociales con tono triunfal: “Feliz y contento, aquí en Bogotá con asilo político por ser un perseguido político”. La fotografía muestra al exmandatario caminando relajado por la calle, acompañado de su perro Bruno.
La decisión del gobierno colombiano fue respaldada por la Cancillería, que destacó la “tradición humanista” del país para proteger a perseguidos políticos. Sin embargo, el caso ha levantado profundas sospechas. Martinelli, quien gobernó entre 2009 y 2014, fue condenado por usar fondos públicos para adquirir medios de comunicación y enfrenta otras investigaciones por corrupción, incluyendo su presunta participación en el caso Odebrecht.
La concesión del salvoconducto por parte de Panamá, y la posterior negativa de Nicaragua para recibirlo, generaron una serie de giros inesperados. Daniel Ortega alegó que Panamá no ofrecía garantías suficientes ante una posible orden de captura internacional. Esa negativa abrió la puerta a una alternativa que, hasta ahora, parece una jugada maestra del exmandatario: refugiarse en Colombia bajo el manto de la protección política.
Lina Vega, presidenta de Transparencia Internacional en Panamá, fue tajante: “Se trata del triunfo de la impunidad. El asilo no es un refugio para delincuentes condenados. Es una burla a la justicia panameña”. Su declaración representa el sentir de una parte importante de la sociedad civil que percibe la salida de Martinelli como una fuga camuflada en el lenguaje diplomático.
Mientras tanto, el expresidente continúa muy activo en redes sociales. Durante su encierro en la embajada nicaragüense mantuvo una presencia constante: hacía transmisiones en vivo, comentaba la política panameña y publicaba videos haciendo ejercicio, cocinando o simplemente disfrutando del jacuzzi con su perro.
La popularidad de Martinelli no ha decaído. Pese a su condena, era el favorito para las elecciones de 2024, pero fue inhabilitado. En su lugar, José Raúl Mulino, su exministro y protegido político, ganó la presidencia. El nuevo mandatario otorgó el salvoconducto que facilitó la salida del exgobernante rumbo a Managua, aunque nunca imaginó que el destino final sería Bogotá.
Hoy, la presencia de Martinelli en territorio colombiano plantea una serie de interrogantes incómodos: ¿Hasta dónde puede llegar la diplomacia para proteger a alguien condenado por corrupción? ¿Es esta una decisión humanitaria o una maniobra política con consecuencias regionales?
En la escena internacional, la figura del asilo político vuelve al centro del debate. Pero esta vez, bajo una luz más sombría.
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