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La distribución de ayuda humanitaria en Gaza se ha convertido en una batalla por la supervivencia. Tras casi dos años de conflicto, los intentos por entregar alimentos a una población asediada terminan, con frecuencia, en escenas caóticas donde miles se agolpan, se empujan, y a veces se enfrentan violentamente por un saco de harina o una bolsa de arroz.
A pesar de una pausa parcial en los bombardeos anunciada por Israel —tras presiones internacionales por el creciente riesgo de hambruna—, los cargamentos que logran ingresar al enclave son considerados insuficientes por organismos internacionales y rara vez llegan a quienes más los necesitan.
Desde marzo hasta mayo de este año, un bloqueo total paralizó por completo el flujo de ayuda. Y aunque las entregas se han reanudado, las condiciones para su distribución son extremadamente peligrosas. Conductores del Programa Mundial de Alimentos (PMA) reciben instrucciones de dejar la carga en zonas abiertas y retirarse, pero los saqueos y los disparos complican incluso esa acción mínima.
En ciudades como Rafah, Zikim o Al Zawayda, la llegada de un convoy o el lanzamiento aéreo de paquetes desata avalanchas humanas. La escena se repite: empujones, gritos, disparos y, a menudo, sangre. Algunos mueren aplastados o heridos, otros baleados. Según la ONU, al menos 1.400 palestinos han muerto desde el 27 de mayo mientras esperaban ayuda; la mayoría por fuego israelí.
Las Fuerzas de Defensa de Israel rechazan estas acusaciones, alegando que se trata de disparos de advertencia cuando la multitud se aproxima a sus posiciones. Pero organizaciones humanitarias denuncian obstáculos sistemáticos impuestos por las autoridades israelíes: permisos denegados, inspecciones interminables, y rutas de acceso deliberadamente peligrosas.
El caos se agrava por la acción de bandas armadas que saquean cargamentos, toman depósitos por la fuerza y desvían productos hacia mercados informales, donde la harina y el arroz se revenden a precios inaccesibles. Algunas organizaciones han descrito este escenario como una especie de "selección natural forzada", donde solo quienes tienen fuerzas para correr y pelear acceden a la ayuda.
“Estamos ante un sistema perverso, donde comerciantes y grupos criminales usan a niños como recolectores de alimentos en medio de zonas de fuego cruzado”, señala un coordinador de Médicos Sin Fronteras desde Gaza.
Mientras tanto, miles de familias viven a la espera de un convoy que tal vez nunca llegue, atrapadas entre el hambre, los disparos y la indiferencia del mundo.
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