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Londres / Washington — Una presentación musical se ha convertido en el epicentro de una tormenta diplomática y judicial. La banda británica Bob Vylan, conocida por su fusión de rap y punk con contenido social provocador, enfrenta una ola de consecuencias tras una actuación explosiva en el festival Glastonbury 2025, que dejó más preguntas que aplausos.
En el escenario West Holts, y frente a miles de asistentes, Bobby Vylan, líder del grupo, alzó la voz con el cántico “Free, free Palestine”, seguido de una frase que heló el ambiente: “Death, death to the IDF” (muerte a las Fuerzas de Defensa de Israel). Detrás de él, una pantalla proyectaba una frase lapidaria: “La ONU lo llama genocidio. La BBC lo llama conflicto”. El silencio diplomático se rompió de inmediato.
La reacción fue fulminante. En menos de 48 horas, el Departamento de Estado de Estados Unidos revocó las visas de los integrantes de la banda. El subsecretario Christopher Landau lo anunció en su cuenta de X: “Los extranjeros que glorifican la violencia y el odio no son visitantes bienvenidos a nuestro país”. Así, una gira de 26 fechas en América del Norte —incluyendo San Francisco, Nueva York, Chicago y Montreal— quedó abruptamente cancelada.
Pero el eco de la controversia no se detuvo en Washington. En Reino Unido, el primer ministro Keir Starmer calificó los cánticos como “discurso de odio espantoso”, y ordenó una investigación. La Policía Metropolitana de Londres revisa las grabaciones para determinar si se incurrió en delitos que puedan configurar incitación al odio o apología de la violencia, bajo la legislación penal vigente.
La Embajada de Israel en Londres, por su parte, emitió un comunicado expresando su “profunda preocupación” y exigiendo una postura más firme de las autoridades británicas ante lo que calificaron como “retórica peligrosa e incendiaria que trivializa el sufrimiento humano”.
Desde su cuenta oficial en Instagram, Bobby Vylan no retrocedió. “Lo dije y lo mantengo. Enseñar a nuestros hijos a alzar la voz por el cambio es la única forma de hacer de este mundo un lugar mejor”, escribió, defendiendo su intervención como un acto de protesta política y expresión artística.
Mientras algunos aplauden su valentía, otros advierten que la línea entre la crítica legítima y el discurso de odio se ha vuelto peligrosamente difusa. El caso vuelve a abrir un viejo dilema: ¿Hasta dónde puede llegar la libertad de expresión en contextos artísticos cuando se toca la fibra geopolítica del mundo?
Las respuestas, por ahora, se disputan entre los tribunales, las redes sociales y los escenarios vacíos que dejó una gira truncada.
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